La Leche de la Madre: Un Sueño Horrible

Horror 21 to 35 years old 2000 to 5000 words Spanish

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El sótano olía a serrín y metal. Era la culminación de semanas de trabajo: una cámara de tortura elaborada con esmero para satisfacer los retorcidos deseos de su novia.
Pero ella estaba fuera de la ciudad. Y la inoportuna voz de su madre, llamándole desde la puerta del sótano, se convirtió en una oportunidad.
—¡Nombre del hijo! ¡Baja a cenar, estoy harta de llamarte!— resonó la voz de su madre desde las escaleras.
Una idea macabra germinó en su mente. Él podía probar su invento. Y ella sería el conejillo de indias.
Subió silenciosamente. Su madre, de espaldas a él, lavaba los trastes. Una toalla empapada en cloroformo fue suficiente para silenciar sus protestas.
La cargó hasta el sótano, su cuerpo flácido entre sus brazos. La desnudó con una excitación perversa.
Ató sus muñecas y tobillos a la estructura, tensando las cuerdas hasta el límite. Su cuerpo quedó expuesto, vulnerable.
Él acarició sus pechos y su trasero, disfrutando de la morbosa visión. Un gemido sordo escapó de la garganta de ella mientras comenzaba a despertar.
—¡Maldición! Me duele mucho la cabeza... ¿Dónde estoy? ¡¿Y por qué demonios estoy... desnuda?!
Oh dios mío, Nombre del hijo! Estas completamente loco!? Bajame de inmediato!
Él se regocijó al ver el terror en sus ojos.
Cállate perra! ¡Y disfruta el proceso!—Escupió él, antes de amordazarla con una bola de gag.
Los azotes con sus manos y un matamoscas para golpearle el trasero y pechos, seguidos por el látigo, resonaron en el sótano. Ella se retorcía, muda de dolor.
Luego, con una cuerda entre sus piernas, simuló un coito cruel y despiadado.
La satisfacción momentánea se desvaneció rápidamente. Era hora del siguiente paso.
Mostró dos inyecciones. Agujas largas y amenazantes brillaban bajo la luz tenue.
—Ya que entraste en calor, es hora de decirte para que son estas agujas. Compré esta mierda en eBay. Hará que tus gordas tetas produzcan leche cómo una puta vaca .
Ella jadeó, el pánico apoderándose de cada célula de su cuerpo mientras sentía las agujas penetrando sus pezones. Las inyecciones dolieron como si estuvieran inyectando fuego.
El líquido de las inyecciones empezó a llenar sus pechos. Sintió una presión extraña, una hinchazón antinatural.
Sus glándulas mamarias empezaron a producir leche a un ritmo alarmante. La leche en sus pechos los hizo más grandes, antes eran grandes pero ahora eran ligeramente más grandes, cada gota un testimonio de su depravación.
—Es una mala manera de desperdiciar una leche materna tan preciosa—, se burló él. —Pero no te preocupes, mami. ¡Te ordeñare en seco con mi super máquina!
Ser ordeñada se sentía como una violación interna, una invasión brutal. El dolor se mezclaba con una extraña sensación de ardor, una congestión insoportable.
Conectó la máquina a sus pezones y comenzó a extraerle leche, un flujo constante que llenaba los recipientes preparados. Él, detrás de ella, le sujetó el pelo, acercando su pene erecto a su cara.
—¡Déjame estimular tus pechos para producir aun más leche!— siseó.
Violentamente, la penetró, forzando su cuerpo a soportar un dolor inimaginable. La humillación la quemaba por dentro.
Tras saciar su sed perversa, la liberó de la máquina de ordeñar, pero no de las ataduras. La dejó en el suelo, con sus testículos restregándose en su rostro.
—¡Es hora de darle de comer con mi espeso esperma a ese agujero, puta!— Vociferó.
—Solo dame un minuto para follar esos enormes torpedos tuyos—, añadió, metiendo su pene entre los pechos de ella antes de obligarla a succionarlo, corriendo en su boca.
Con la misma frialdad con la que había comenzado, volvió a colocar el trapo con cloroformo sobre su rostro, la vistió con su ropa y la llevó a su cama.
Al despertar, Te quedaste dormida después de cenar,estabas agotada, una frase que recordó vagamente, resonó en su mente. Una excusa simple y tranquilizadora.
Siente sus pechos pesados, cálidos y con hormigueo. Pensó que todo había sido un sueño horrible, aunque muy vivido
Sus pechos parecían más firmes. Pensó que quizás había ganado algo de peso y rápidamente descarto el sentimiento
Su hijo le preparó café. —¿Quieres leche?—, preguntó, con una sonrisa que ella no supo interpretar.
Aceptó, bebiendo la leche con gratitud. Le supo extrañamente deliciosa, ligeramente dulce y más cremosa de lo habitual. No se dio cuenta que probaba su propia leche, recien sacada de su cuerpo.
—Gané un concurso—, explicó él, mostrando las botellas alineadas en el refrigerador: eran muchos galones y todas tenian una etiqueta.
Ella le creyó, aliviada de que su pesadilla no fuera real.
Pero en el sótano, un pequeño refrigerador ocultaba la verdad. Decenas de botellas idénticas, llenas de leche, reposaban en la oscuridad, esperando su turno. Las que no entraron en el de arriba.
Él las numeró y les puso una etiqueta a las botellas de leche en el mini refrigerador etiquetas diferentes a las que les puso a las de la cocina, con una meticulosidad enfermiza.
En la computadora, buscaba más inyecciones y estudiaba los efectos de una sobredosis accidental o a una hipersensibilidad hormonal preexistente, descubriendo por qué su madre había producido tanta leche en una sola sesión.
El hecho de que las inyecciones eran un cóctel experimental de hormonas de prolactina y oxitocina funcionaran tan bien como planeado le resultaba satisfactorio a su hijo, aun mejor ya que había preparado muchas botellas ya que había planeado usar la jeringa en su novia y ordeñarla varias veces a la semana, y así llenarlas gradualmente, pero con solo ordeñar a su madre una vez lleno todas las botellas y un vaso que le dio a su madre con café
Su teléfono sonó. Era su novia. Con una voz temblorosa, le contó lo sucedido, esperando horrorizarla.
En cambio, escuchó una risa excitada.
—¡Estoy ansiosa por volver y probar la cámara... y la leche de tu madre!— exclamó ella.
Él sonrió, satisfecho. Su retorcida fantasía apenas comenzaba. Sus glándulas dolían ligeramente, algo raro, quizá eran efectos secundarios de la tortura pensó.
En un momento ella siente el deseo pero rápidamente lo reprime, avergonzada del pensamiento que recién cruzó su mente.